© 17.10.2009
¿Qué es un descubrimiento científico? Es un fenómeno de la naturaleza que se reproduce en laboratorio, se describe con el lenguaje de las matemáticas y luego resulta aplicable en la vida cotidiana o en la industria. Claro está, hay muchos fenómenos naturales sobre los que la humanidad no llegará a ejercer control, pero los que son reproducibles y describibles constituyen descubrimientos.
Este artículo está dirigido a los aficionados a las sensaciones científicas y trata sobre un fenómeno que, para los partidarios de la teoría gravitatoria moderna, resulta incómodo, casi como «una espina en la garganta»: un experimento exitoso realizado en el Instituto de Cibernética de Kiev nombrado en honor a V.M.Glushkov. Antes, un experimento análogo tuvo éxito en Japón en 1990. Tal vez, en el futuro, este fenómeno se emplee ampliamente en beneficio de la humanidad.
A principios de los años 90, en el umbral de la desintegración de la URSS, a mi padre, Nikolái Nikoláyevich Rozanov, le tocó presentar su trabajo ante una audiencia científica en el Instituto Politécnico de Kiev. En la conferencia participaron investigadores de varios institutos científicos: fue su primera y última conferencia científica. También algunos artículos suyos fueron publicados en la revista «Ingenier» (una o dos publicaciones). Otras revistas se negaron a publicar sus trabajos, a pesar de que entonces la prensa abundaba en titulares como «platillos torsionales voladores» o «gravitsapy». El tema del discurso de N.N.Rozanov despertó el interés de algunos directivos de investigación, y después de la conferencia los empleados del Instituto de Cibernética V.M.Glushkov se pusieron en contacto con él para discutir los detalles de un experimento sencillo.
Al discutir esos detalles, el jefe del laboratorio de superconductividad, V.V.Kozaris —gran partidario de la teoría de la relatividad especial— esbozó una sonrisa burlona y casi giró el dedo junto a la sien: el experimento apuntaba claramente a la naturaleza electromagnética de la interacción gravitatoria y demostraba experimentalmente el fenómeno de la antigravitación.
La esencia del experimento es simple: una bobina binaria o una bobina de material superconductivo (en este segundo caso se genera un campo magnético muy intenso) muestra «antipeso», es decir, deja de comportarse con su peso habitual cuando se aplica una cierta inyección de corriente. En la experiencia japonesa levitó una bobina de 3(kg); en el laboratorio de Kiev, una bobina de 5(kg). Conviene subrayar: este experimento constituye una prueba convincente de que la interacción gravitatoria puede tener una naturaleza electromagnética, y su aplicación real podría conducir a la creación de nuevas clases de aeronaves.
Tras el experimento, invitaron a mi padre al instituto, donde le agradecieron efusivamente, pero al mismo tiempo le comunicaron que la información era secreto de estado y que no tenía derecho a divulgarla —sin exigir, eso sí, firma alguna— lo que aparentemente se hizo para que su nombre no figurase en documentos oficiales. Con eso la historia prácticamente terminó: incluso la revista «Ingenier», que había publicado sus trabajos, dejó de estar a su alcance.
¿Por qué se impuso un tabú en torno a la discusión de este experimento y a quién beneficia? Evidentemente, la censura por parte de las estructuras científicas oficiales fue muy seria incluso en aquellos tiempos caóticos. Mientras la prensa publicaba sin problemas disparate tras disparate, no hubo sitio para divulgar información de tal importancia.
La posibilidad de difusión amplia apareció con el acceso masivo a Internet, aunque este recurso cada día está más sujeto a censura. Detrás de esa censura hay personas bastante formadas que comprenden el asunto; no observo un gran «secreto conspirativo», más bien las estructuras científicas oficiales suelen recibir financiación para investigar direcciones diametralmente opuestas (un ejemplo son grandes aceleradores) —pero esa es otra historia.
Volvamos a la cronología y a las reflexiones que surgen al pensar en todo esto.
Las solicitudes de registro del «fenómeno de la antigravitación» y de otros dos descubrimientos relacionados fueron presentadas en el Comité de Descubrimientos e Invenciones de la URSS en 1987. Solo por haber registrado esas solicitudes, los expertos —candidatos a ciencias físico-matemáticas— que aceptaron las anotaciones para su consideración fueron despedidos.
En 1990, en Japón, un laboratorio de superconductividad llevó a cabo con éxito un experimento en el que levitó un dispositivo superconductivo de 3(kg). El término «antigravitación» fue sustituido públicamente por el más aceptable «levitación». Fue un pequeño artículo que pasó desapercibido, pero que para nosotros sirvió de evidencia de que tal experimento era posible, y motivó que se repitiera en el instituto de Kiev tras la intervención de mi padre.
Las fechas 1985, 1986, 1987 (registro) y 1990 (experimento japonés) sugieren conclusiones lógicas. Las afirmaciones de N.N.Rozanov sobre la naturaleza electromagnética de la gravedad y la existencia de antigravitación son consideradas por la ciencia ortodoxa como pseudocientíficas; proclamar las abiertamente equivalía a «gritar en la iglesia que Dios no existe». Esa mentalidad cerrada era especialmente palpable en el antiguo campo socialista; en Occidente, en cambio, se observan científicos con pensamiento menos constreñido por la «fetichización» de ciertas teorías. Sospecho que la adhesión intransigente a la teoría de la relatividad especial pudo funcionar como una especie de religión científica, útil para frenar a competidores.
Sobre la fecha exacta del experimento: no la conozco con precisión, pero puede acotarse sabiendo la fecha de la conferencia de 1992 en el Politécnico de Kiev; el experimento se organizó con rapidez, por lo que la fecha debe hallarse en un margen aproximado de mes y medio desde esa conferencia.
En 2006 creamos, ya con mi participación, el sitio «Universo Electromagnético de los Rozánov» donde publicamos los trabajos de mi padre. Yo era casi un neófito en informática y confié la administración a un conocido poco escrupuloso; al traducir al inglés las ecuaciones se deformaron y el resultado carecía de rigor; el español quedó todavía peor. El sitio desapareció tres veces y tuve que aprender sobre la marcha a hacer copias de seguridad. La preocupación por pérdidas, traducciones y restauración persiste: para ello hacen falta tiempo libre y recursos.
En 2008–2009 encontré en Internet una publicación sobre la «antigravitación» de Evgueni Podkliétov (materialógrafo), que recogía experimentos con superconductores alrededor de 1992. Al leerla, tuve la sensación de que todo encajaba: por qué en 1992 la revista «Ingenier» cerró la puerta a mi padre, y por qué no le pidieron firmar un acuerdo de confidencialidad. Posiblemente hubo operaciones de ocultamiento o cobertura que complicaron la versión pública del hecho.
Unas breves reflexiones sobre el plagio y el papel del «recurso humano». Muchos descubrimientos nacen fuera de los circuitos formales, en pequeñas «cajas negras» de investigadores independientes. Los que no se ajustan a la maquinaria institucional pueden ser marginados. El plagio, la burocracia y la provocación forman parte del tejido social; aunque detestables, cumplen un papel en la supervivencia del sistema.
Sobre las andanzas de V. V. Kozaris: son, insisto, mis conjeturas basadas en indicios. Quizá algunos actores, temiendo la fuga directa de resultados, actuaron a través de intermediarios y dejaron pistas engañosas, con el propósito de vender o filtrar información al extranjero, o de crear una cortina de humo científica.
Todo lo anterior es una mezcla de hechos, recuerdos e hipótesis. No pretendo la verdad absoluta, pero considero importante preservar estos testimonios como punto de partida para futuros verificaciones y análisis por parte de quienes quieran investigar más a fondo.
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